Autora: Belén Martínez-Herrera
Las necesidades primarias del recién nacido son: calor, protección y alimento y la lactancia materna las cubre todas; contacto físico implícito (calor y protección) y nutrición.
El papel de los padres es cubrir las necesidades físicas y emocionales de sus hijos y el contacto físico es una necesidad tan importante como el comer. Cuando un bebé tiene hambre, le alimentamos y se calma, pues de la misma forma cuando necesita contacto, le abrazamos y también se calma. "No nos está tomando la sobaquera, ni sabe demasiado, ni le estamos malcriando...", simplemente, estamos cubriendo sus necesidades afectivas.
A lo largo de la evolución de homínidos, la adquisición de la bipedestación dio lugar a una modificación de la pelvis femenina que dificultó el parto. Esta situación unida al aumento progresivo del volumen cerebral condicionó que los humanos tuviésemos que nacer muy inmaduros. Para nacer con la madurez cerebral de un chimpancé o un gorila el embarazo de los humanos tendría que durar unos 22 meses y el parto sería inviable. Por lo tanto gran parte de nuestro desarrollo cerebral (más del 70%) se produce desde el nacimiento hasta los dos años y las experiencias vividas en estos dos primeros años de vida son trascendentales ya que aunque no las recordemos, van a modular el desarrollo de nuestro cerebro emocional. El llanto del bebé es una forma de comunicarse, puede expresar: disconfor, malestar, necesidad de contacto, hambre, sueño... Es verdad que si no respondemos a su llanto, llega un momento en que se calla, aprende que nadie va a acudir en su ayuda y deja de llorar. Tal vez sea cómodo, pero ha dejado de confiar en su entorno, ya no llora porque sabe que nadie va a acudir en su ayuda. Sin embargo, cuando respondemos al llanto del bebé, generalmente se calma, sabe que sus padres están ahí cuando los necesita, aprende a confiar en su entorno y será un adulto más confiado, seguro e independiente.